[PUEDE CONTENER SPOILERS]
Cuando Peris Romano y Anaaïs Schaaf leyeron las 100 primeras páginas de «La sonata del silencio» probablemente debieron de coincidir en que aquella no iba a ser una adaptación fácil. Y no lo iba a ser por el mismo motivo que no lo son la mayoría de las novelas que, lejos de limitarse a describir acciones lineales y reproducir diálogos, aprovechan las potencialidades que ofrece el género literario. A mi modo de ver, «La sonata del silencio» presenta varias dificultades para ser adaptada a televisión:
En primer lugar, se trata de una historia coral donde la autora va saltando con viveza de un personaje a su tangente. Esto no sería un problema si no fuera porque el retablo final está compuesto por más de una docena de personajes, demasiados quizás para los exiguos 71 minutos (¿he dicho exiguos 71 minutos?) que tiene el capítulo 1. La televisión necesita atrapar al espectador en una tela de araña que le haga olvidarse de que posee un apéndice llamado mando a distancia y para eso, siempre es más fácil contar pocas historias y más desarrolladas que muchas y poco desarrolladas. En este sentido, el texto de Javier Olivares y Anaaïs Schaaf acierta al centrarse, en mayor medida que la novela, en los personajes protagonistas (Marta y Antonio).
En segundo lugar, la novela no está narrada linealmente sino que va saltando de un momento a otro en la vida de sus protagonistas. Esto, traducido literalmente al lenguaje audiovisual implicaría infinidad de flash-backs que confundirían sobremanera al espectador. En este sentido, los guionistas han hecho un esfuerzo por situar la mayoría de los acontecimientos en un solo tiempo, trastocando con ello la relación de hechos que imaginó la autora pero logrando a cambio una narración más fluida y apropiada para el medio (me refiero concretamente a la salida de la cárcel de Antonio, que ha sido traída al tiempo presente de la historia).
En tercer lugar, las acciones de la novela son mayoritariamente conversaciones a pie de mesa camilla y personajes que sufren en silencio. De recibir este encargo, Roland Emmerich habría ingresado en un convento en menos de lo que un tsunami anega Manhattan. Sin embargo, nuestros estoicos compañeros de profesión han intentado mitigar esta deficiencia explotando los momentos más comerciales de la novela, como lo es, por ejemplo, la visita de Marta al cuartel en busca de medicamentos. Aún así, en otros momentos se hace necesario recurrir a una estética preciosista que nos mitigue esa falta de movimiento de la que pecan las acciones de la novela.
En el capítulo de los «contras» habría que nombrar principalmente el problema de que a un espectador que no haya leído la novela puede resultarle difícil entrar en la historia. La acción nos lleva de unos personajes a otros sin tener aún muy claro las relaciones que existen entre ellos… Yo, personalmente, habría agradecido un poquito más de claridad en la presentación, aún a riesgo de caer en diálogos demasiado explicativos.
Por lo demás, los guionistas han sabido detectar cuáles son aquellos elementos de la obra original que más brillan al cambiar de formato. Me refiero, en primer lugar, al misterio que envuelve el pasado de los personajes. Con un flash-back que transcurre en 1934, se nos dibuja una pareja adinerada. Al retomar el tiempo presente de nuestra historia (1946) su situación desesperada contrasta enormemente y nos hace preguntarnos qué ha podido pasarles en estos años. Por otra parte, un segundo flash-back, indeterminado en el tiempo, nos sumerge por un instante en el género policiaco y nos delimita un poco más los términos de la pregunta anterior (¿qué hizo Rafael por lo que Antonio ingresó en la cárcel?).
Otro de los elementos que los guionistas han sabido detectar y traer a primer plano es el conflicto principal de nuestros protagonistas (la enfermedad de Antonio y su ausencia de recursos le abocan a la muerte). En ese sentido, la historia logra sostenerse con dignidad e incluso nos brinda un poderoso cliffhanger de cara al capítulo de la semana que viene.