Al hilo del estreno de esta tercera temporada, comentaba yo que, además de un producto de entretenimiento, “El Ministerio” ejercía una gran labor didáctica que implicaba una pequeña obligación para los guionistas: los protagonistas no podían cambiar sustancialmente la Historia. Si lo hicieran, la serie viraría bruscamente desde el género histórico hacia el de las distopías. Apuntaba también que esta necesidad “de diseño” no planteaba problemas cuando la misión consistía en preservar lo bueno de nuestra Historia pero que las tramas podían tornarse algo inorgánicas cuando se trataba de conservar etapas aciagas como el franquismo. Sin embargo, tras ver la primera mitad de esta última temporada, conviene señalar que, lo que parecía una debilidad en el diseño de la serie, ha sido utilizado positivamente por el equipo de guion para convertirlo en una fortaleza.
Esa writers´room podía haber tomado dos caminos: el primero les habría obligado a viajar esquivando continuamente los periodos más vergonzantes de nuestra Historia o, en su defecto, a reducir sensiblemente la intensidad de los conflictos en juego (al menos los conflictos que afectan a la Historia, no así a las historias). El otro camino, el escogido, mucho más honesto y rico, conduce a los personajes a un conflicto interno en el que, capítulo sí y capítulo también, se cuestionan las órdenes del Ministerio y se preguntan incesantemente si no deberían desobedecer y cambiar la Historia que no nos gusta. Así, de golpe y porrazo, las fronteras entre los buenos y los malos se diluyen. La debilidad, que antes escondíamos, ahora es colocada en el centro de la serie y, como por arte de magia, se convierte en fortaleza.
El asunto, incluso, trasciende los intereses de los propios personajes con la aparición de dos sociedades secretas apuntadas por el propio Olivares en la entrevista que publiqué el mes pasado: “el ángel exterminador”, de carácter reaccionario y “los hijos de Padilla”, con tintes libertarios. Ambos querrán cambiar la Historia pero la España resultante será radicalmente opuesta: ¿quién ganará? Olivares y su equipo podrán darle a la serie el final que les plazca (se lo han ganado a pulso) pero, si nos atenemos al presente que nos ha tocado vivir, yo tengo muy claro quién es el vencedor. Si a ustedes les queda alguna duda, pueden echarle un ojo a este artículo.